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Por un instante, el aire de la mañana en el Palacio de Gobierno de Oaxaca se volvió ceremonia, canto, reclamo y esperanza. En el Salón Benito Juárez, donde la historia parece mirar desde las paredes, se oyeron los ecos de San Pablo Güilá y del sotavento profundo. Ecos que hablaban zapoteco, que sonaban a rock, que traían en sus letras los mitos de antes y las luchas de ahora.
Una banda: Disá, tres jóvenes: Noel Luving, Dagoberto Melchor y Pablo Antonio Santiago, y un mensaje que no se diluyó entre cables ni bocinas. “Somos hechos de maíz”, había dicho antes Víctor Cata, director del Instituto de Lenguas Originarias de Oaxaca, con la solemnidad de quien nombra lo sagrado. “Un niño es budusa, jilote, elote, hasta volverse mazorca. La milpa está en nuestro cuerpo: ojos, hígado, riñón. No lo olviden”.
Y no se olvidó.
La conferencia 130 de la administración de Salomón Jara Cruz, gobernador de Oaxaca, comenzó así: con música que no muere, con voces que resisten, con raíces que electrizan. El gobernador entró entre aplausos y saludos de cortesía. En su rostro, como siempre, una mezcla entre la terquedad del político y la convicción del militante.
“Hoy honramos a quienes informan con responsabilidad y objetividad. La libertad de expresión no es un favor; es un derecho que esta Cuarta Transformación respeta”, dijo Jara, con la solemnidad con la que se habla en los funerales de la mentira.
Después, sin perder el ritmo, tocó hablar de lo urgente. La meteorología primero: “Dalila se avecina con fuerza. Las costas y sierras deben estar prevenidas”, advirtió Manuel Maza, coordinador de Protección Civil, apuntando a los mapas como quien lee un códice tormentoso. No hubo catástrofe aún, pero se mascaba la humedad del peligro.
Luego, lo inevitable: la crisis migratoria. “Rechazamos las redadas y el uso de la Guardia Nacional estadounidense. No vamos a callar ante la detención de mexicanas y mexicanos.”, dijo Jara. La frase flotó como un disparo hacia el norte. Había indignación, sí, pero también planes: asesorías legales, brigadas jurídicas binacionales, el programa «Bienvenido a casa». Era el intento de cobijar desde Oaxaca a quienes cruzan fronteras con el corazón a cuestas y la dignidad en riesgo.
El maestro Emilio Montero, director del IEEPO, subió después como quien lleva un cuaderno lleno de cuentas pendientes. Dio cuenta de la respuesta al pliego petitorio del magisterio: recategorizaciones, uniformes, electricidad en escuelas, respeto a la diferencia. “La SEP reconocerá las condiciones culturales de Oaxaca. Eso ya es un avance.” Y sí que lo era, aunque la lucha fuera de largo aliento. “Vamos juntos, paso a paso, desmontando el régimen neoliberal”, remató el gobernador, con tono de testamento político.
Desde el fondo, una voz periodista lanzó el anzuelo incómodo: ¿y los derechos de las niñas en las bodas infantiles? ¿Y las bebidas en manos de menores en rituales de la costa?
“El matrimonio infantil está prohibido. No puede haber tolerancia. Respeto sí, pero jamás silencio ante el abuso”, dijo Jara. Y dio paso a Alma Bautista del SIPINNA y a Yarib Hernández, procuradora de protección. Ambas hablaron con claridad: investigaciones en curso, intervención psicosocial, tipificación de delitos. Las palabras más duras fueron también las más necesarias: “Es delito. Punto.”
Y mientras las cifras pasaban —millones de inversión en aulas, miles de escuelas, cientos de hectáreas rehabilitadas—, el discurso no perdía humanidad. “En Oaxaca capital también hay carencias. No solo en la sierra. Estamos atendiendo las diez agencias municipales”, recalcó Jara, casi como una confesión de deuda histórica.
Pero quizás lo más simbólico de esa mañana no fueron los datos ni los decretos. Fue la voz de una niña que preguntó, sin micrófono, sin que nadie la viera, por qué los niños como ella no podían decidir si querían ser casados. Silencio breve. Luego, Víctor Cata volvió al frente. Y con la sencillez de los antiguos dijo:
—“Porque todavía somos semillas. Y las semillas no se arrancan antes de tiempo.”
La música volvió, esta vez desde el sotavento. La banda cerró la conferencia como quien canta una plegaria: con guitarras, con zapoteco, con la furia dulce del pueblo que canta para no olvidar.
Y así terminó la mañana, con más preguntas que respuestas, con más verdad que discurso. Pero también con una certeza, en Oaxaca, las conferencias no solo informan. También a veces echan lumbre, arden.
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Redacción de Misael Sánchez Reportero de Agencia Oaxaca Mx