Apenas se cruza la estatua de Benito Juárez en la agencia de Viguera y la ciudad se diluye en su caos periférico, la Carretera Internacional se vuelve otra cosa. Una herida de asfalto que serpentea entre puestos de carnitas y mototaxis hasta perderse en los polvos del Valle de Etla.
El reportero viaja con la certeza de que en Magdalena Apasco —a 19 kilómetros de la capital— no lo espera un museo, sino un taller al aire libre. Allí no se exponen esculturas, se cincelan bajo el sol.
Aquí, entre montículos de piedra, fragmentos de cantera rosa, verde y amarilla, se revela una verdad urbana, laboral y profunda que ningún discurso turístico alcanza, la ciudad de Oaxaca se sostiene sobre el lomo de sus canteros.
Magdalena Apasco es una comunidad que, a pesar de la globalización y el abandono institucional, sigue tallando el tiempo. Sus artesanos han dejado marca en la restauración de templos coloniales, han levantado palacios municipales en pueblos rebeldes como tantos hay en la entidad, y han exportado piedra tallada a lugares tan disímbolos como Tijuana, Veracruz y Cabo San Lucas. La cantera de Oaxaca no solo es materia prima, es herencia, lenguaje, voz.
En una nave de lámina polvorienta, un profesionista, pero cantero por terquedad, recibe al visitante con un plano enrollado y la resignación serena del que no espera apoyo, pero sí respeto. «Aquí el trabajo no falta», dice. «El problema no es la chamba, es el alcoholismo y la falta de visión de los gobiernos». Su taller, es más una comunidad que una empresa, cinco operadores, diez canteros, dos choferes, cinco extractores. Todos viven del tajo y la herramienta hechiza, tornos adaptados, taladros recosidos con cinta, máquinas laminadoras que sobreviven más por voluntad que por ingeniería.
La cantera oaxaqueña, esa piedra que parece sangre coagulada del monte, es codiciada más allá del Istmo. «Nuestra piedra es más apreciada que la de Quintana Roo o Michoacán», presume. Y no miente. Obras como las fachadas de la capital, conocida como la verde Antequera, así como esculturas en parques, jardines, hogares, son prueba de una capacidad creativa que debería tener festival, no olvido.
Porque si existe un arte que ha fundado el rostro de Oaxaca —más allá del mezcal, el barro negro o los textiles— ese es el de la cantera. La piedra tallada es arquitectura, pero también política. Lo fue en la restauración del ex convento de Santo Domingo. Lo fue en los muros del CRIT, en San Raymundo Jalpan. Y sin embargo, en el mismo Magdalena Apasco hay lugares importantes que no son de cantera. Ironía que duele como fractura mal soldada.
El taller visitado funciona a contracorriente de todo. El precio del diésel les obliga a gastar más de diez mil pesos mensuales. Tienen problemas con la energía eléctrica. Y, pese a todo, allí están, esculpiendo fuentes, columnas, cornisas. Obras solicitadas por arquitectos, hoteles, proyectos de lujo… y que jamás serán vistas por los propios oaxaqueños.
Un artesano de 22 años pule una columna como si tallara un hueso prehispánico. Otro, de 30, corta una laja con el cuidado de quien ya perdió algún dedo en otra jornada. Ambos crecieron entre la cantera, pero no tienen seguridad social, ni galardones, ni menciones honoríficas. La última vez que se les reconoció con un concurso estatal en la capital, no en su pueblo, fue hace más de treinta años.
¿Y si Oaxaca volviera a organizar un Festival Estatal de la Cantera, en la ciudad de Oaxaca de Juárez, en el Andador Turístico, como en los años en que se erigieron muchas esculturas de la capital? ¿Y si los talleres tuvieran un espacio permanente de exhibición, como los textiles lo tienen en Mitla o Teotitlán? ¿Por qué no celebrar la escultura pétrea, ese arte silencioso que vive a cincelazos entre el polvo y la montaña?
Hoy, mientras los muros coloniales restaurados con manos de Apasco se vuelven selfies de turistas, los canteros siguen esperando un lugar en el relato oficial de Oaxaca.
Son los nuevos arquitectos del barroco, obreros de lo eterno. Merecen más que sobrevivir. Merecen memoria, política pública y un festival que los saque del fondo de los talleres y los ponga en el zócalo de la dignidad.
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Redacción de Misael Sánchez Reportero de Agencia Oaxaca Mx