México frente al mar

 

El gobierno federal presentó lo que califica como el más ambicioso plan de modernización portuaria de las últimas décadas. En conferencia oficial encabezada por la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, se reveló un mapa de inversión pública y privada que abarca más de una decena de puertos estratégicos: Ensenada, El Sauzal, Manzanillo, Lázaro Cárdenas, Acapulco, Veracruz, Progreso, Guaymas, Topolobampo, Altamira, entre otros.

En conjunto, se habla de 55 mil millones de pesos en inversión pública y más de 241 mil millones en inversión privada. Cifras que deslumbran, sí. Pero que también invitan a revisar su impacto más allá de los contenedores, dragados y escolleras.

Los proyectos expuestos por la Secretaría de Marina no escatiman en detalle técnico: ampliaciones de terminales, desarrollo de aduanas, construcción de parques logísticos, fortalecimiento del turismo de cruceros, reordenamientos urbanos y hasta incorporación de ferris para conectar ciudades marítimas con polos binacionales como San Diego.

Se ha diseñado, desde el escritorio federal, una geografía de expansión con vocaciones definidas: Ensenada para el turismo, El Sauzal para carga y pesca, Manzanillo para contenedores, Lázaro Cárdenas para acero y autos, Acapulco para el Marinabús y sus jardines costeros, Veracruz para la conectividad logística, Progreso como epicentro peninsular y abastecedor del Caribe.

Cada uno con sus métricas, plazos y promesas.

Más de 50 millones de mexicanas y mexicanos habitan costas, viven con el mar como horizonte cotidiano. Son pescadores, cocineras de mariscos, artesanos navales, comerciantes ribereños, niños que aprenden a caminar entre arena y rompeolas.

A ellos también debería llegar el Estado. La modernización portuaria no puede ser sinónimo exclusivo de competitividad comercial. Debe ser también garantía de bienestar costero.

¿Qué pasará con las comunidades que ven crecer muros en donde antes había playa?
¿Quién supervisará que las escolleras no se conviertan en barreras para la vida marítima artesanal?
¿Dónde está la política pública para capacitar pescadores, integrar cooperativas y fomentar educación marítima desde la infancia?

Al revisar el discurso oficial, llama la atención el lugar —o la omisión— de Oaxaca. En el tramo final de la presentación, Salina Cruz aparece de forma casi lateral, mencionada por el almirante Morales Ángeles como parte del Corredor Interoceánico.

Sin embargo, no se detallan montos, obras ni plazos específicos. Se dice que se están “equipando terminales” y desarrollando capacidades logísticas, pero no se coloca al puerto oaxaqueño en el mismo plano de protagonismo que Manzanillo, Veracruz o Ensenada.

¿Es esta una señal de rezago? ¿O simplemente una forma distinta de distribuir el discurso?

Porque si hay una zona con vocación histórica para la vida marítima —desde Salina Cruz hasta Puerto Ángel— es Oaxaca. La falta de énfasis preocupa. ¿Será que el Plan México aún no ha integrado del todo al sur en su narrativa de modernidad?

El discurso de los puertos no puede limitarse a la eficiencia logística. México es un país marítimo. Su historia, sus migraciones, su biodiversidad, su gastronomía y su espiritualidad costera lo confirman.

Ser país marítimo implica gobernar también sobre los vientos, los derechos del agua, la soberanía de las playas, la protección de manglares, el acceso justo a la costa, y el entendimiento de que el mar no es solo frontera o recurso. Es territorio, comunidad y cultura.

Los puertos se construyen con cemento. Pero el país marítimo se construye con comunidad.
Modernizar no basta.
Hay que incluir.
Porque mientras el Estado despliega cifras, hay millones que viven con la marea como pulso diario. Y a ellos también hay que escucharlos.
Aún hay tiempo.

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Redacción de Misael Sánchez Reportero de Agencia Oaxaca Mx