A bocajarro, sin anestesia ni protocolo, lo dijo como quien echa sal en una herida todavía fresca:
—Preséntame a tu tuitera, periodista. O tuitero, o lo que sea. Le voy a pagar mejor que tú…
La frase no vino de un lector agradecido ni de un colega curioso. Vino de un funcionario, de uno de esos hijos de la chingada que eran enanos, pero ahora ya no necesitan rueda de prensa, porque tienen su “equipo digital” y su “comunidad virtual”. Que hasta se sienten influencers. Uno de esos que creen que el periodismo se hace con hashtags y bots bien alimentados.
Elías de la Torre —reportero mixteco de los de antes, de los de libreta arrugada y zapatos empolvados— se quedó pasmado. Le sudaban las palmas y no por el calor. Lo miró con la incredulidad de quien ha presenciado una escena que el manual del periodista jamás anticipó.
No era una ofensa, ni siquiera una sospecha. Era peor. Una confirmación. El periodismo ya no solo era escribir bien y reportar mejor. Ahora también era saber vender, hacer retuits estratégicos, subir un video de 15 segundos con subtítulos y música de fondo. Y sí, tener un «tuitero», alguien que operara las redes como un domador de serpientes.
En otro tiempo, los periodistas sabían que su palabra podía pesar más que la de un gobernador. Ahora, su palabra necesita filtros, diseño gráfico y un community manager. Recortar videos, con las uñas, en el celular. Necesita encajar en el algoritmo como si fuera un poema de Bukowski pasado por Canva.
Aquel día, las noticias no se cocían en la redacción ni en la calle. Se cocían en los dashboards, en las métricas, en la cantidad de reacciones que una nota podía generar antes de que alguien la leyera completa. Valías madre si tenías pocas vistas en Facebook. Como si el muro fuera para ajusticiamiento.
—Que si el tweet ya está, que si el reel, que si el copy para Facebook…
Así hablaban los nuevos editores, los que ya no saben de corrido quién fue Ryszard Kapuściński, pero dominan el Hootsuite como si fuera su espada samurái.
Y en medio de eso, estaba él: Elías.
Solo con su teclado, su café recalentado, su esposa lectora y un par de libros en el buró.
No había tuitero. Esa fue la verdad que más le dolió.
Elías lo hacía todo. Escribía, editaba, subía, compartía. Lo hacía a la antigua y a la moderna al mismo tiempo, como un equilibrista sobre una red de wifi inestable. Y en las noches, su esposa leía y releía. No por dinero, sino por amor, ese que ya ni las redacciones reconocen.
El “le voy a pagar mejor que tú” fue el disparo final. No por el dinero, que nunca alcanzaba, sino por el descaro. Porque en esa frase estaba contenida la tragedia del periodismo moderno: que ya no importa el contenido, sino el envoltorio. Que lo que vale no es la nota, sino el alcance. Y que el autor puede ser reemplazado por una app con inteligencia artificial y emojis.
En sus primeros años, Elías pensó que un día ganaría un premio nacional por su cobertura de la matanza de chivos y la cabra pastoreña, allá en la Mixteca, o por aquel reportaje sobre desplazados que le costó amenazas y tres mudanzas. Hoy, su meta es que no le tumben la cuenta de Facebook por “contenido sensible”.
Eso es el periodismo ahora, sobrevivir al pinche internet.
Y seguir escribiendo, aunque ya nadie lea, sino deslice.
Esa noche, mientras su esposa leía por enésima ocasión una crónica sobre desapariciones en el Istmo, Elías le contó la anécdota del tuitero. Ella se rio, como se ríen los que saben que el mundo está cambiando y no hay mucho que hacer salvo aguantar con dignidad.
—Dile que no hay tuitero —le dijo—. Dile que hay un hombre que aún cree en las palabras. Y que, si quiere, puede pagarle mejor… pero que no va a tener las historias. Tus historias. Esas que no escribe cualquier pendejo.
Porque los nuevos tiempos de la comunicación llegaron sin aviso y con muchas pantallas, pero aún hay quien escribe en la libretita, con las manos sucias de calle y no de teclado.
Y mientras existan esos reporteros, aunque sean pocos, aunque no tengan tuitero, el periodismo seguirá siendo más que un oficio, una forma de resistir.
Y así termina esta historia con moral de pronóstico reservado. Con los puntos sobre las íes. No todo lo que brilla en las redes sociales es periodismo, y no todo lo que calla, muere.
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Redacción de Misael Sánchez Reportero de Agencia Oaxaca Mx