Por las calles empedradas de Oaxaca, donde aún resuenan los ecos del trueque y las festividades milenarias, la modernidad avanza como un tráiler sin freno. Y con ella, el precio de la vivienda. En el primer trimestre de 2025, el costo promedio de una casa en la entidad alcanzó los 1 millón 860 mil 599 pesos, una cifra que, más que número, se ha vuelto un muro infranqueable para la mayoría de sus habitantes.
Aunque Oaxaca no aparece en los primeros lugares de encarecimiento anual —con un aumento del 9.15%, por debajo del promedio nacional de 8.15%—, su ascenso silencioso revela un drama mayor: el encarecimiento no como fenómeno económico, sino como síntoma social. La vivienda en Oaxaca se ha transformado en un lujo inasible e inaccesible para la clase media y un espejismo cruel para la clase trabajadora.
El 25% de las viviendas más económicas apenas se venden por debajo de 1 millón 069 mil 798 pesos. La mitad, el 50%, por menos de 1 millón 370 mil pesos, mientras que el 75% alcanza los 1 millón 927 mil 355 pesos. Todo esto ocurre en una de las entidades más pobres del país, donde el ingreso promedio mensual ronda los 8,000 pesos, y donde un crédito hipotecario representa más un acto de fe que una estrategia patrimonial.
Oaxaca ocupa el lugar número 13 en el ranking de precios promedio estatales. Por encima de ella están entidades como:
- Ciudad de México – 3,866,210 pesos
- Baja California Sur – 2,644,915 pesos
- Querétaro – 2,357,145 pesos
Y por debajo, como si fuesen islas detenidas en el tiempo, se encuentran:
- Durango – 1,065,371 pesos
- Tamaulipas – 1,068,190 pesos
- Tlaxcala – 1,181,536 pesos
El promedio nacional, que ya no se puede llamar referencia sino advertencia, es de 1 millón 859,043 pesos. Oaxaca lo supera ligeramente, pero esa ligera diferencia puede traducirse en años de deuda para una familia promedio.
Pero el verdadero pulso de la especulación no está en la cifra estatal promedio, sino en sus microgeografías. Tlacolula de Matamoros, al oriente del valle central, figura entre los municipios con mayor encarecimiento en el país: 12.45% de incremento anual. Y San Juan Bautista Tuxtepec, en la Cuenca, no se queda atrás con un 11.44%.
No hablamos de centros turísticos ni de desarrollos de lujo. Hablamos de pueblos, comunidades, antiguos bastiones agrícolas que hoy fungen como piezas en el tablero del mercado. Zonas antes consideradas periféricas se revalorizan por obra y gracia del desplazamiento urbano y la especulación, impulsadas por la migración interna y el flujo de capital de remesas.
El precio de la vivienda, como cualquier indicador económico, se mide en números, pero se siente en cuerpos. Oaxaca está creciendo, sí. Se construyen desarrollos, se anuncian inversiones, se promueven corredores turísticos.
El discurso oficial habla de inclusión, de progreso, de crecimiento horizontal. Pero las cifras cuentan otra historia. Una historia de desalojos suaves —cuando una familia se ve obligada a vender su lote porque ya no puede construir en él— y de exilios lentos —cuando las hijas e hijos de los pueblos tienen que migrar porque aquí ya no hay dónde vivir dignamente.
Si la tendencia continúa, Oaxaca podría escalar posiciones en el ranking nacional no por modernidad, sino por expulsión. El encarecimiento no se detendrá sin una política activa de vivienda social, de control del suelo, de fomento a cooperativas habitacionales. El mercado no se autorregula cuando el hambre de inversión llega a los valles, y cuando el cemento vale más que el maíz.
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Redacción de Misael Sánchez Reportero de Agencia Oaxaca Mx