Concluye CNTE jornada de lucha y vuelve a las aulas

Donde durante 23 días crepitó el corazón rebelde de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), hoy se abren paso las primeras escobas, las sombras de los árboles de la Alameda retoman su lugar, y el mármol vuelve a reflejar el sol de junio. Pero lo que verdaderamente queda, incrustado en las entrañas de la tierra y del tiempo, es la certeza de que la historia volvió a escribirse a gis y cuaderno, desde la piel de la resistencia magisterial.

El próximo lunes, miles de maestras y maestros de Oaxaca retornarán a sus aulas. Lo harán con el cuerpo cansado, la garganta herida por las consignas, y la espalda marcada por las piedras de una ciudad que durante más de tres semanas fue su cama, su escudo, su bandera. Pero también volverán con el alma erguida, con la conciencia férrea, con la pedagogía politizada y el coraje de quien no sólo enseña, sino que transforma.

Porque el ciclo escolar 2024-2025 no terminará como empezó. No será un final burocrático ni administrativo. Será una clausura en la que se mezclen el lápiz con la protesta, la libreta con la asamblea, el calendario escolar con el calendario de lucha. Las clases reanudarán no sólo con matemáticas y gramática, sino con memoria viva, con pedagogía de la insurrección, con una lección más poderosa que cualquier currículum, la de no rendirse.

Quienes marcharon la mañana del viernes del Ángel al Zócalo lo saben. La historia no la escriben las dependencias, ni las reformas educativas, ni los rankings internacionales. La historia, como la educación, la labran las manos de quienes enseñan sin rendirse, de quienes cuidan con ternura y rabia los derechos arrebatados, de quienes se resisten a aceptar como “normal” una jubilación miserable que condena a morir trabajando.

El mensaje de la dirigencia oaxaqueña de la CNTE no fue un adiós, sino un “aquí seguimos”. Porque mientras el gobierno quiso reducirlos a cifras, caricaturizarlos como “charros”, criminalizarlos como violentos, ellos respondieron con la persistencia que sólo da la certeza de la verdad. “¿Violentos?”, replicaron desde el micrófono, “violento es el Estado que condena a tres millones de trabajadores a una pensión infame”. Violento es el olvido. Violento es negar justicia a los periodistas asesinados, a los presos políticos, a los desaparecidos.

Este regreso a clases no será festivo, será combativo. Cada pupitre será también una trinchera. Cada recreo, una asamblea. Cada lección, una oportunidad para sembrar conciencia crítica en la niñez. Porque las aulas —esas otras casas, esas otras plazas— son también territorio de resistencia.

Hay quienes desde la comodidad del escritorio acusan a la CNTE de romper el orden, de alterar el ciclo escolar. El magisterio no interrumpe el ciclo escolar, lo resignifica. Lo hace carne, lo hace calle, lo hace pueblo.

Los maestros y maestras no luchan por “privilegios”, como repiten sin matices los voceros del poder, sino por un derecho elemental, la dignidad. El derecho a jubilarse sin morir de hambre. El derecho a enseñar sin ser señalado. El derecho a ser escuchados más allá de la demagogia.

Oaxaca vuelve a las aulas, sí. Pero no regresa igual. Vuelve transformada por la experiencia colectiva del campamento, por las ollas solidarias, por el canto rebelde que brota incluso entre la represión y el polvo. Vuelve a cerrar el ciclo con el corazón puesto en el 15 de mayo, cuando inició esta jornada nacional de lucha, y con la mirada ya puesta en el siguiente, porque el magisterio no se retira, se repliega.

Y el Estado, que pretendió dividir, invisibilizar, distraer, ha fracasado. No supo leer que la CNTE no es una cúpula, sino una base. No entendió que el movimiento no se apaga con desalojos ni se desacredita con rumores. Porque no se confundan, como dijeron desde el templete frente al Palacio Nacional: “somos maestros y maestras de a pie, de las comunidades, del país entero”. No hay maquillaje institucional que pueda ocultar esa verdad.

Los hijos de esta lucha volverán a clase sabiendo que su maestra durmió en el Zócalo por su futuro. Que su maestro marchó no por un bono, sino por justicia. Que la escuela es también una barricada donde se defiende la vida.