
El mar se repliega, a veces con una calma traicionera. Las placas se rozan, crujen, se incomodan bajo tierra como bestias dormidas que despiertan sin aviso. La montaña arde por dentro. Y mientras tanto, allá arriba, en la superficie, un estado, un país entero finge normalidad. Hasta que no puede.
Ahí es donde entra la otra historia, la que no sale en los titulares, pero carga con los cadáveres, con los evacuados, con los mapas marcados de rojo y amarillo. Es la historia de quienes se preparan para el desastre mientras todos los demás se entregan a la costumbre. La costumbre de vivir al borde.
Hay una verdad incómoda que no cabe en los discursos, Oaxaca es un territorio que tiembla, que arde, que se inunda y que, si se le descuida, también mata. Y, sin embargo, año con año, la inversión en prevención compite en desventaja contra la burocracia, la indiferencia o la mala memoria.
Hace unos días, el lunes, hubo un espacio para el verdadero poder, el de la naturaleza. Se habló de lluvias, incendios, alertas tempranas, tsunamis. No como si fueran amenazas futuras, sino como presencias que ya están entre nosotros. La alerta no es opcional, es diaria.
Se dijo —como quien lanza un disparo al aire para medir el eco— que el país es uno de los pocos lugares donde un tsunami ha golpeado con saña. Y que hay costas enteras esperando la próxima embestida, con turistas tomándose selfis y pobladores sin rutas de evacuación. Que el mar calla, pero no olvida. Y que, bajo sus aguas, las placas se tensan como el gatillo de un fusil.
El drama no es sólo el desastre, sino la falta de memoria. Porque no hay tragedia más predecible que la que ya ocurrió antes y aun así vuelve a tomarnos por sorpresa.
En este país donde el suelo se mueve, el mar respira y el cielo se rompe de vez en cuando, la protección civil es la última línea antes del caos. Es el oficio de anticiparse al abismo. Y aunque no salga en los discursos de campaña ni en los rankings de popularidad, es la diferencia entre el luto y la vida.
Porque aquí, donde todo tiembla, lo verdaderamente urgente no es la reconstrucción. Es la prevención. Y eso no se improvisa. Se decide.
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Redacción de Misael Sánchez Reportero de Agencia Oaxaca Mx