
Hay historias que no deben ser calladas. Basta con mirar a lo que queda, a lo que resiste. A lo que aún canta bajito entre piedras húmedas y raíces expuestas.
Esta es la historia de un río.
De uno que, contra todos los pronósticos y los delitos ecológicos, aún vive.
Y de un periodista que, hace dos meses, en compañía de tres hombres de la sierra sur de Oaxaca, caminó con botas de hule, mochila vieja y libreta en mano, para recordarnos —como se recuerda lo sagrado— que aquí la pesca no ha muerto. Que Oaxaca, ese rincón indómito del sur, todavía guarda milagros entre sus aguas dulces.
La jornada comenzó al alba, con una neblina espesa que caía sobre el filo de los montes. No hubo discursos, ni abrazos ceremoniosos. Sólo el crujir de los matorrales bajo las suelas, el silbido de algún ave invisible, y el olor de los helechos mojados.
Ernesto, Apolinar y Don Chepe lo esperaban en una vereda angosta, justo donde comienza la cuesta que lleva al río.
“Hoy no venimos a pescar por hambre”, dijo Ernesto, mientras ajustaba la cuerda de su morral. “Venimos a pescar por memoria”.
Y así, con anzuelo artesanal, lombrices vivas y un par de cucharillas metálicas, llegaron a una poza escondida, custodiada por alisos y ramas secas.
El reportero no lanzaba su línea por deporte, ni por turismo de aventura. Lo hacía como quien busca una palabra perdida, una verdad hundida en el silencio de las aguas.
Tres horas después, el botín era modesto, pero digno, dos truchas de carne rosada, tres mojarras plateadas y dos ejemplares extraños, cuyo nombre exacto ninguno de los presentes supo decir, pero que Don Chepe identificó con una sonrisa y la certeza ancestral de quien ha vivido toda su vida entre ríos. “Les decimos tagüinas. Algo así como que están buenas. Ta´buena. Ta´güina. Son buenas. De carne firme. De esas que ya casi no se ven”.
La ciencia lo confirmaría después al reportero.
En Oaxaca, según el doctor Emilio Martínez Ramírez —biólogo y maestro del CIIDIR— existen 129 especies nativas de peces en las 14 cuencas hidrológicas del estado. O existían. Porque muchas ya no están. Porque el hombre, en su carrera por el progreso mal entendido, ha vaciado ríos con dinamita, cal y veneno. Porque donde había mojarras, bagres y truchas, hoy hay zanjas y olvido.
Pero este río, este pequeño milagro líquido, aún resiste.
A la orilla, encendieron una fogata con ramas secas. El fuego crepitaba lento, ceremonioso.
La vida —la de antes y la de ahora— se cocinaba allí, una lata de conservas convertida en olla, un caldo improvisado con epazote silvestre, sal gruesa y unos dientes de ajo traídos en una bolsa de nylon.
No había cubiertos. Comieron con las manos, con las uñas ennegrecidas de tierra y las palmas quemadas por el sol. El reportero anotaba poco. Observaba más. Se sentía menos periodista y más cronista de un tiempo que se desvanece como el vapor del caldo sobre las piedras.
Oaxaca es extraordinaria. Lo dicen los turistas que llegan de todos los rincones del mundo, cámara en mano y sonrisa sin estrés. Pero esta vez no se trataba de su comida, ni de su arquitectura, ni siquiera de su Guelaguetza. Se trataba de lo otro. De lo que queda cuando la postal se borra. De los peces que aún saltan contra la corriente. De los hombres que aún caminan cinco horas para atrapar un kilo de alimento que no envenene a sus hijos. De las fogatas que aún se encienden con gratitud, no con nostalgia.
La acuacultura de conservación —lo dice Martínez Ramírez con voz grave y datos científicos— no es una opción, es un deber. Porque no se trata sólo de salvar especies raras, sino de rescatar una forma de vida. De sembrar ríos como quien siembra maíz, para que el agua vuelva a parir sustento y dignidad.
Volver al río no fue una excursión, ni un reportaje ambiental. Fue una confesión. La de un periodista que entendió que aún estamos más cerca de recolectar frutos que de imprimir códigos QR. Que todavía hay quienes cazan con hondas y pescan con paciencia, no con redes asesinas. Que, por suerte o por imprudencia, no hemos evolucionado tanto como creemos.
Y tal vez, sólo tal vez, ahí radique la esperanza.
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Redacción de Misael Sánchez Reportero de Agencia Oaxaca Mx